miércoles, 22 de agosto de 2012

Mutis


Raúl comenzó a impacientarse. Sí, había pedido algo de atención, pero eso era demasiado. Quizá no fuera tan malo, las miradas nunca le habían hecho daño a nadie.
Siguió con su rutina normal lo mejor que pudo. Se desperezó un poco y caminó lentamente al baño a lavarse los dientes. Intentó pensar en otras cosas, pero su mente era una maraña de pensamientos inconexos. La gotera que había en el techo, el gato de la vecina que no paraba de maullar, los mensajes de Susana  que no se había atrevido a contestar, las llamadas perdidas de su madre, el reporte que tenía que entregar para el siguiente martes, la comida que se estaba echando a perder en el refrigerador... todo estaba peleándose por un poco de su atención. Mientras veía su reflejo en el pequeño espejo del baño, intentaba concentrarse en el sabor a menta de su boca, esperando que esa sencilla actividad poco a poco comenzara a tranquilizarlo. Pero nada funcionaba, la sensación ahí seguía. Esa sensación de estar siendo observado.

Lo miraban fijamente. A cualquier lugar que volteara, ahí estaban. Esos ojos grandes, vidriosos y amenazantes que seguían cada uno de sus movimientos. Lo veían cuando abría la llave de la regadera, lo veían mientras se quitaba el pantalón y el cinturón que lo ceñía. Cerró los ojos y, sin pensarlo dos veces, entró al chorro de agua fría. No pudo evitar que se le escapara un jadeo, realmente el agua estaba muy fría. Corrió la cortina del baño en un intento de escapar de esos ojos, pero fue inútil. Parecía que incluso podrían atravesar las paredes.
Intentó hablar entonces. Pidió que dejaran de mirarlo, que al menos le concedieran unos minutos para poder bañarse. Nadie contestó.

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