sábado, 6 de febrero de 2010

Enojo

Es un día completamente normal. Estás absorto en una tarea que te agrada y te relaja.
De repente, alguien hace algo que te pone terriblemente enojado.
¿Qué es lo que haces?

Si esa persona no es cercana a ti, supongo que la reacción más común sería tragarte tu coraje. O algunas otras reacciones sin consecuencias.

Pero, ¿Y si esa persona es la más cercana a ti?
Te han herido, te han hecho enfurecer. Todo tu ser se llena de adrenalina y se prepara para el combate. Traes la ira en todo tu cuerpo, sientes la cabeza y las manos calientes, aprietas los dientes en un intento vano por descargar esa furia tan destructiva. Un deseo de venganza por el dolor causado... si tan sólo pudieran sentir lo mismo que tú sientes en ese momento...


Entonces la tienes enfrente. A esa persona, la causante de todo tu desasosiego. Estás como un toro enfurecido listo para arremeter contra tu atacante. Tu respeto y tu amor por esa persona son cuerdas atándote a la cordura.
Pero las sogas que sostenían al toro se rompen y de repente, lo encuentras encajándole los cuernos con una alevosía venenosa. Esa persona se defiende; te ofrece una batalla ante tus prontos comentarios. A veces su estrategia es atacar también, otras, simplemente pedir clemencia. En ciertos casos, ver su cara arrepentida te haría retroceder, pero esa injuria fue tan molesta, tan dolorosa...

No te detienes.

Se siente bien, se siente muy bien descargar toda esa ira.

Son tan fuertes tus palabras, los golpes del toro, que el atacante, ahora convertido en víctima, poco a poco se ve empujado hacia un rincón. El rincón de tu furia es el lugar más horrible para esa persona. Sabe que te hirió y lo lamenta, porque también te ama.

Pero vaya que se siente bien descargar la ira.

Golpe tras golpe del toro, palabra tras palabra hiriente. Como conoces a tu víctima, sabes cuáles son sus puntos débiles. Sabes dejarla indefensa, arrinconada, suplicando tu piedad y tu perdón.

Tú estás en un estado eufórico, embriagado. ¡Oh! ¡Qué bien se siente descargar tu ira!

No ves el punto en que te quieras detener. ¡Se siente tan bien!


¡Sí!
¡Tú tienes el poder!
¡Nadie debe lastimarte!
¡Debe aprender que nadie se atreve a desafiarte!


¿Cuándo te detendrás?

Un gemido te saca de tu éxtasis. Desorientado, buscas la causa de ese sonido. No es sorprendente, ese sonido nace debajo de ti. Tu persona amada está muy herida, quizá más allá de toda recuperación.

Ahora el dolor es insoportable. La culpa es lo único que pasa por tu mente.

La ves... ¿te atreverás a acercarte?
Su ser frágil está temblando debajo de ti, sientes como se ha sometido ante ti. Eso no es lo que realmente querías. ¡Vamos! ¡Tú sólo querías desahogarte, dejar de sentirte mal...!

La abrazas, pero sus heridas le causan escozor al contacto con tu piel. Huye de ti cual cervatillo que ha escuchado un disparo. Ves sus ojos abiertos de miedo, sus mejillas llenas de lágrimas. Has logrado más lo que querías. Ahora se siente incluso peor que tú.



Eres un monstruo.





¡No puede ser!

¿Qué he hecho?